En el pasillo de la muerte...

Podemos mirar y cruzar los brazos.
Podemos leer y dar la vuelta a la página.
Y también podemos sumarnos a causas que exijan la reivindicación de derechos de cualquier ser humano.
Con la unión, otro mundo es posible.


Amnesty International logo

Mexicano en EEUU por ser ejecutado pese a orden de un tribunal internacional

 

Necesitamos de tu ayuda para exigir a las autoridades de Texas suspender la ejecución de Humberto Leal García, ciudadano mexicano que después de un proceso durante el cual no tuvo acceso a todos los recursos que la ley le garantiza, fue sentenciado a muerte.
Está previsto que Humberto sea ejecutado en Texas el 7 de julio. Tras su detención le negaron su derecho a la asistencia consular. Si se permite que se lleve a cabo, su ejecución violará el derecho internacional y una orden vinculante de la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Humberto Leal García fue condenado a muerte en 1995 por el asesinato de Adria Sauceda, de 16 años, cometido el 21 de mayo de 1994 en San Antonio, Texas. Humberto tenía 21 años en el momento del delito. Ahora tiene 38. Aunque es ciudadano mexicano, tras su detención en ningún momento le informaron de su derecho a pedir asistencia consular “sin retraso alguno”, según establece el artículo 36 de la Convención de Viena sobre Relaciones Consulares. De hecho, fue acusado, juzgado y condenado a muerte sin que se le notificara este derecho. Estados Unidos aún no ha cumplido la resolución de la Corte Internacional de Justicia que le exige revisar el proceso que dio lugar a la actual sentencia
Súmate aquí a nuestra campaña para detener su ejecución http://alzatuvoz.org/ejecucion
Amnistía Internacional se opone a la pena de muerte en todos los casos, independientemente del delito, del delincuente o del método de ejecución. En Estados Unidos se han llevado a cabo 1.254 ejecuciones desde 1977. Texas ha sido responsable de 468 de estas ejecuciones.

Jocelyn Pook y la noche de los tiempos


Jocelyn Pook suena a Londres; y Londres suena a Pook.
Con una edad que no llega al medio siglo, esta ingeniosa compositora hace pasar por la viola, por el piano, por la voz, todas las edades de la tierra, desde sus más húmedas profundidades.
Ha trabajado con Stanley Kubrick, Massive Attack, Philip Glass, Peter Gabriel, Julio Medem, Ryuichi Sakamoto, entre otros.
La música tiene el poderío de hilvanar las imágenes de un guión; contextualizar llegadas y despedidas; de penetrar, como broca en mantequilla, las entrañas todas, hasta llegar fina e intensamente a lo más íntimo del ser.
El estilo ‘new age’ no le hace justicia a la música de Jocelyn Pook, porque ella hace que en sus creaciones se condense desde la mismísima noche de los tiempos hasta la más última.

Felicidad

Hace minutos que terminé un artículo sobre la felicidad en el contexto del ejercicio del poder público; me quedaron cabos sueltos.
En nuestro tiempo no hay infeliz que no quiera serlo: Zoloft o Prozac para la depresión, melatonina para juventud y sueño. Viagra para la impotencia, Serotax contra la timidez, Aurix contra la fobia social.  Y ese polvo de diamantes para la ansiedad.
Grandes pacificadores sociales. ‘Lifestyle drugs’ modo de vida de nuestro tiempo que deciden estilos para la alegría de la adaptación.
Dicen que la felicidad interesa más a mujeres que a hombres; empero, en ambos sexos la idea de la felicidad se relaciona con la satisfacción de las grandes motivaciones humanas, las cuales, simplificando mucho, pueden reducirse a dos: el bienestar (físico y afectivo), y el aumento de posibilidades.
Situación sumamente contradictoria: el bienestar es conservador, quien quiere disfrutar de lo que se tiene, está más enraizado en la realidad, aspira a la estabilidad y a la seguridad. En cambio, el deseo de aumentar las propias posibilidades lleva al cambio, a la búsqueda del poder, la novedad, el riesgo. Lo posible tiene más relevancia que lo real. La gran sabiduría consistiría en unificar ambos modos de felicidad.
Existe otra clase de felicidad, que no es propiamente la desmemoria ni la ignorancia tal.
Es que él o ella esté cerca.
Amar es azar, es coleccionar momentos únicos que jamás se perderán.
Amar es la fórmula que da significado a la felicidad.
Y lo amo.

El suéter


La primera mitad de la vida se escucha de la madre, el padre o los hermanos mayores:
¡Ponte suéter!
¡Llévate suéter!
¡No traes suéter!
¡Dónde está tu suéter!
En la segunda mitad, es uno quien le dice a la hija, hijo o hijos:
¡Ponte suéter!
¡Llévate suéter!
¡No traes suéter!
¡Dónde está tu suéter!
(Suéter puede ser cambiado por chamarra, abrigo, impermeable, depende de la estación, aunque la idea sigue siendo la prenda que cubre, como batiscafo imprescindible para sumirse en las aguas).
Tengo conciencia de que una prenda protege del frío o la humedad; que a través de su uso se puede evitar un resfrío.
Tengo también la percepción (del todo subjetiva) que los seres humanos somos proclives a protegernos de la intemperie, del contacto directo de todo lo que represente una circunstancia no dominada.
Esto va desde un suéter hasta una idea.
El cobijo de las inercias es más común que el gusto por la Coca-Cola.
¿Quién quiere exponerse a no tener razón, a quedarse sin el amable calor de las creencias, de los prejuicios, de los silencios?
¿Quién?

El prestigio de la lluvia

La lluvia hace que mujeres y hombres se envuelvan en delgadas capas de elegancia para preservarse secos, dejando que las gotas de lluvia resbalen libres por ellos hasta asociarse con la tierra.
Una gabardina y un paraguas le sienta bien a quien los use.
Esas prendas son un espacio de blindaje amigable, respetuoso del tránsito líquido.
La cinta de la gabardina que abraza al cuerpo o, el cinturón clásico usado por legendarios y contemporáneos diseñadores, asemeja un pasillo transitorio que, una vez recorrido, se abre al llegar a la estancia que ofrece cobijo, confianza, certeza.
El paraguas, escudero, valet refinado. Su porte, máxime si es afilado y largo, lo mantiene hasta en el momento de secarse.
El prestigio de la lluvia también está en los elementos que la hacen resbalar.

Cajas

Gran parte de lo que fuimos, de lo que somos, y de lo que será cuando ya no seamos, se guarda en una caja.
Nos atraen las cajas porque dentro vienen los zapatos que han de ser estrenados con emoción; los chocolates en sus lustrosos y exclusivos nichos; los lápices de colores; en ellas también viajan las nuevas mascotas.
Las cajas nos gustan porque vacías de lo que un día fue su fundamental leitmotiv, se convierten en otra cosa, en lo que queramos o necesitemos: un arca para guardar cosas, un tapete, una nave estelar.
Siguiendo a Bachelard, los cajones, cofres y armarios sirven para clasificar los momentos vividos. Memoria e inteligencia -reserva insondable de los ensueños de la intimidad- no se abren a cualquiera ni se abren todos los días; lo mismo con un alma que no se confía, la llave no está en la puerta.
Cajas de cerillos para guardar un diente y de regreso, su recompensa. Cajas chinas y de música.
Cajas, cajones, que contienen nuestra vida, y después... a nosotros mismos.

Estiaje

A días de la entrada de un verano extremo, estiaje puro.
La canícula: tiempo de perros, según la astronomía.
Quizá queden sin oficio ‘Mesidor’ -mes de la cosecha- y ‘Fructidor’ -mes de los frutos-.
Solamente contratado -y replicado- ‘Termidor’ (mes del calor).
En universo íntimo, tus humedales, las gotas de lluvia... cítrica
Y uno que otro jugo.

Hay mañanas que no esperan


Para Maurice.

Ramiro Orellana, un profesor de matemáticas, relegado a un pequeño pueblo chileno, a orillas del mar.
El sacerdote del lugar le da hospicio; el buzo del lugar se hace su amigo, terminándolo de graduar de buzo, cuando solemnemente le coloca el batiscafo.
El profesor, junto con su amigo buzo, logran sacar un día un juguete, de madera quizá, de esos que por más que los empujes, no los derribas. Sólo se balancean. “Mono porfiado” le llaman allá.
Ahora se que la película lleva por título ‘La Frontera’; filmada hace poco más de quince años.
Encuentro una reseña al respecto, que enclava las piezas: una imagen a la vez tan poderosa y tan serena, de nuestra condición limítrofe, marginal. La frontera es metáfora de Latinoamérica. Metáfora de estos delgadísimos filos en los que vivimos y transitamos. Entre el ser y el no ser: libres, desarrollados, cultos, vivos o muertos.
En esencia, lo fronterizo nos atraviesa por el medio a cada uno. De allí nuestra frecuente pasión de muerte. El borracho apocalíptico anunciaba: ¡que viene el maremoto!, el amigo buzo tenía la hipótesis que esa agua venía de un hueco que quería descubrir; por eso siempre traía el batiscafo listo.
Un hueco que puede estar en las profundidades abismales de nuestro ser. La forma de escape de esa radical soledad, es buscar ese pasaje liberador, cruzando un Estigia, dejarse devorar por el maremoto, acercarse a la muerte.
Orellana fue dejado libre, sin embargo se queda relegado en esa frontera. Un maremoto político le había arrebatado su mundo anterior; otro, le vino a quitar hasta lo poco que halló en la frontera.
No le queda nada. Excepto esa tenaz utopía: en alguna parte debe haber un «hueco» para nosotros. Y para buscarlo somos como «monos porfiados». Nos golpean y volvemos a pararnos, nos arrastra el mar y de algún modo, al final, flotamos.
Hay mañanas que no esperan a seguir enterándose de qué va esta vida.


Finales felices

A quién no le vuelve el alma al cuerpo cuando, en una película, la tragedia va diluyéndose, presenciando la entrada triunfante de la felicidad para los protagonistas. Segundos después de que aparezca la leyenda Fin o ‘The End’, se nos quedará anidada la idea de que… fueron felices para siempre; con esa convicción nos incorporaremos del sillón del cine o del de casa, y nuestras vidas continuarán.
Las películas de Hollywood, en su mayoría, tienden a seguir ese ritmo en sus producciones: efluvio del capitalismo, del  ‘american way of life’. Hacernos testigos de la felicidad, que supone la eliminación de la tragedia. Se trata de potencializar una cultura de distracción, de entretenimiento, haciendo sucumbir la reflexión profunda que no es rentable porque implica demasiada contradicción, complejidad.
No obstante, los finales felices en la vida real no funcionan igual al de las películas. En éstas, se decía, quedamos convencidos de que así fueron, que realmente vivieron él y ella felices para siempre, certeza que se prorroga, incluso después de que aparecen en la pantalla los créditos.
Del otro lado de la pantalla, los finales felices no se consiguen tan palmariamente. Por eso la ilusión. Jean Baudrillard, filosofo francés, decía: ‘Existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de la ilusión.’
En una charla de sobremesa de los escritores Rafael Azcona y Manuel Vicent, registrada en unas memorias, el primero decía que cuando quiso protagonizar una gran historia de amor, como de novela, el fracaso fue tal porque ni se moría él, ni ella, naufragando todo de mala manera.
Mientras Vicent refería que el amor nace de una dificultad: cuando surge algún obstáculo en esa base fisiológica, se sublima y se produce una especie de ensoñación sobre ese menester fisiológico (...) Todos los grandes creadores que han escrito sobre el amor son gente que no lo ha conocido. El ejemplo clásico es el de Dante y Beatriz. Dante no consiguió hablar nunca con Beatriz. Si hubiera conseguido hablar con ella, y no digamos si se hubieran casado, se habría acabado todo, incluida La Divina Comedia.
La idea que tenemos respecto a quien sentimos fue ‘el amor de nuestra vida’ se moja en la misma fuente. Suele coincidir que no fue, no se concretó, no se desgastó en los avatares cotidianos, por eso se sublima.
Acá en nuestra tierra ya se lo habían dicho a Josefinita en aquella memorable pirekua: ‘Ah que mundo tan engañoso, todo es un sueño, todo es una ilusión’.
Una ilusión de final feliz para nuestras vidas; una ilusión de que nunca sea muy tarde para algo que deseamos. Puede ser, porque es ilusión, y esa es la argamasa con la que trabaja diariamente el ser humano.
Todo desierto, hasta el de Trona, California, tiene en el fondo su espejismo. Que sea certeza en pantalla, e ilusión fuera de ella, ¡es la vida!.