Trilogías


Tres mosqueteros, tres cerditos, tres mundos nos habitan según Platón [razón, voluntad y deseo].
Tres etapas: infancia, madurez y vejez.
El poder en una democracia -en teoría- dividido en tres.
Tres los colores primarios, los principales personajes del quijote, los integrantes de la divina trinidad, las familias básicas de instrumentos musicales y corrientes en el arte.
Y tres las características que debemos desarrollar a través de nuestra vida, para hacerla congruente, lúcida, sensata o del modo que se le quiera denominar: serenidad, valor y sabiduría.
Fue Francisco de Asís, quien independientemente de su vocación religiosa, aportó luces al campo de la filosofía de la vida.
Es él quien nos convocó, desde la noche de los tiempos, a aceptar lo que no podemos cambiar, valor para lo que es posible y, sabiduría para reconocer la diferencia.
Tres. Un número impar.

Del arte de vivir

De niños perdimos, además de piezas de rompecabezas o dientes, una que otra ilusión. Más tarde perdimos la inocencia, el sueño de juventud, un paraguas, un bolígrafo, un botón.
En la etapa adulta las pérdidas comienzan a agudizarse: llaves, sueños, credenciales, carteras, un amor, calcetines, amigos; la firmeza de la piel, la suavidad de los talones, la capacidad visual, la brillantez y oscuridad del cabello; el delirio, el temblor, la ecuanimidad y la paciencia.
Al igual que sacude la flor sus pétalos, un árbol sus hojas o un verano su ardor, los seres humanos vamos viviendo y perdiendo una y otra cosa perennemente: vínculos, objetos, sensaciones, cualidades, sentidos.
Quien quiera saber un poco de vivir, recomienda Savater, debe adiestrarse en olvidar, hacerse perito en despedidas, aprender a renunciar con más alegría que resignación.
Aquello que permanece, se logra o conquista, no precisa de fórmulas paliativas, únicamente se disfruta hasta la última gota.