Vuelve el alma al cuerpo cuando en la película la tragedia va diluyéndose, presenciando la entrada triunfante de la felicidad para los protagonistas.
Con ese buen sabor de boca nos incorporamos del sofá y continuamos con nuestra vida.
Las películas de Hollywood, en su mayoría, tienden a seguir ese ritmo en sus producciones: efluvio del capitalismo, el ‘american way of life’.
En los últimos meses he visto en casa varias piezas del llamado ‘cine de arte’, y ninguna de ellas termina con final feliz; simplemente, concluye.
Quizá la clasificación se deba a que este tipo de historias tienen un acercamiento impecable a la realidad.
Baudrillard, decía: ‘Existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de la ilusión.’
No sé mucho de finales felices, sí de momentos felices; pero puedo dar cuenta que la ilusión es idóneo ingrediente de la ensoñación. El ejemplo clásico es el de Dante y Beatriz. Dante no consiguió hablar nunca con Beatriz; si hubiera conseguido hablar con ella, y no digamos si se hubieran casado, no habría 'Divina Comedia'.
Una ilusión de final feliz para nuestras vidas; una ilusión de que nunca sea muy tarde para algo que deseamos. Puede ser, porque es ilusión, y esa es la materia con la que trabaja diariamente el ser humano.
Que nuestras vidas sean lo más proclive a nuestros sueños. Es bastante.
Y si se puede, que tengan un sonoro y memorable ‘soundtrack’.