Del arte de vivir

De niños perdimos, además de piezas de rompecabezas o dientes, una que otra ilusión. Más tarde perdimos la inocencia, el sueño de juventud, un paraguas, un bolígrafo, un botón.
En la etapa adulta las pérdidas comienzan a agudizarse: llaves, sueños, credenciales, carteras, un amor, calcetines, amigos; la firmeza de la piel, la suavidad de los talones, la capacidad visual, la brillantez y oscuridad del cabello; el delirio, el temblor, la ecuanimidad y la paciencia.
Al igual que sacude la flor sus pétalos, un árbol sus hojas o un verano su ardor, los seres humanos vamos viviendo y perdiendo una y otra cosa perennemente: vínculos, objetos, sensaciones, cualidades, sentidos.
Quien quiera saber un poco de vivir, recomienda Savater, debe adiestrarse en olvidar, hacerse perito en despedidas, aprender a renunciar con más alegría que resignación.
Aquello que permanece, se logra o conquista, no precisa de fórmulas paliativas, únicamente se disfruta hasta la última gota.