En
la etapa adulta las pérdidas comienzan a agudizarse: llaves, sueños, credenciales,
carteras, un amor, calcetines, amigos; la firmeza de la piel, la suavidad de los
talones, la capacidad visual, la brillantez y oscuridad del cabello; el
delirio, el temblor, la ecuanimidad y la paciencia.
Al igual que sacude
la flor sus pétalos, un árbol sus hojas o un verano su ardor, los seres humanos
vamos viviendo y perdiendo una y otra cosa perennemente: vínculos, objetos, sensaciones,
cualidades, sentidos.
Quien quiera
saber un poco de vivir, recomienda Savater, debe adiestrarse en olvidar,
hacerse perito en despedidas, aprender a renunciar con más alegría que
resignación.
Aquello que permanece, se logra o conquista, no precisa de
fórmulas paliativas, únicamente se disfruta hasta la última gota.