Lábaro de identidad


Los labios de las diosas expelen flores [Botticelli pinta a una Cloris que exhala rosas, como prueba de su origen bucólico; ‘La Primavera’, 1478]; los seres humanos que contamos con la magnífica capacidad de comunicarnos a través del lenguaje oral, emanamos palabras construidas en el pensamiento; otras provienen de las vísceras, pero esa es otra historia.
Se trata de una materia más próxima a la invisibilidad que al hueso, más cerca de los hálitos que de los sólidos pero, con todo, de una entidad maciza. Vivimos en un mundo sonoro, por lo que los sonidos son altamente significativos.
Como un lábaro de la identidad, la voz puede ser decisiva en el teléfono o en la relación cara a cara, posee la influencia suficiente para rectificar, aberrar o confundir la impresión. Su fuerza para cautivar supera, en ocasiones, la apariencia física.
La voz huele, presiona, figura, seduce y muestra. Todos los sentidos se juntan en la voz que indica con su penetración o su acogimiento, la existencia de un hábitat inhóspito o milagroso, cálido o tajante, balbuceante o exterminador.
La voz… remonta o empaña.