Hemisferio norte y estación sin reloj

La llegada del invierno, en un avanzado diciembre y con una tardía partida, me ha resultado difícil de sobrellevar desde la infancia.
El frío que caracteriza a dicha estación llega desde antes, a inicios de noviembre; así que tenemos un permisible 'otoño'.
También una tolerante' primavera', porque ella comienza a hacer su trabajo desde finales de febrero, pero sigue siendo invierno, hasta avanzado el mes siguiente.
El verano no es vecino del invierno; sin embargo, le presta en ciertos lugares su contexto (sol, lluvia, vientos dulces), y ello sin pedirle cuota.
Es así que he llegado a la conclusión que es la estación más caprichosa que existe e, incluso, algo falaz, porque hay momentos en sus días, que como dijo un amigo hace años, 'desmienten cualquier invierno'.
Pese a lo expuesto, no dejo de reconocer al invierno como generador de elegancia, de calor humano y de maravillosas transformaciones en nuestro organismo.
Del armario salen tonos verde musgo, rojo quemado, gris acero, azul prusia, negro mate; también botas largas y bufandas enredadas al cuello, semejando un cálido nido de golondrinas.
Coinciden en esa estación convivencias con gente que se ama, y también el cambio de estrategias de nuestras defensas orgánicas.
Al hacer balance, solo me queda pedirle al viejo Bóreas, ese viento del norte que acerca el frío invernal cada año, que trate de ser más puntual en llegar y retirarse.
Y agradecerle que merced a su temperamento, Tchaikovsky tuvo inspiración para componer la obertura que lleva en su nombre el año de la hazaña rusa contra los franceses (1812).
Me apena que haya perdido esa batalla Napoleón y su ejército, pero alguien tenía que sacrificarse para motivar la genialidad de Tchaikovsky.
Es la vida.