Infinito


En mi infancia destiné una semana de vacaciones para contar y contar, a fin de acreditar que los números sí tenían final, que se podía llegar a su frontera y no había forma de nombrar el siguiente.
No recuerdo bien a cuál llegué, pero desistí de la hipótesis, concluyendo que era verdad  lo que me habían dicho.
Otra fijación fue el infinito;  no podía creer que el espacio siguiera más allá de nubes, cielo, estrellas, planetas, sistema solar;  debía de existir un final, una pared, un ‘hasta aquí’.
No pude viajar para comprobarlo, pero debe ser algo parecido a los números.
Los reflejos de los espejos una y otra vez; también debían tener un límite de reproducción, probé con uno grande frente a un espejo inmenso; la imagen se representaba en dimensiones más pequeñas cada vez, pero ni el último que percibía daba muestras de reflejar la nada.
En algún episodio de mi vida amé, y amé, y luego más; pensaba si se podía sentir tanto o, existía un lindero, un desfiladero como señal. Y no supe más de ese amor, quizá se resbaló en la cañada.
Con todas estas premisas sin resolver, solté ese afán de buscarle un linde al infinito y me acomodé en el tinglado estelar.