Encuentros

Veneramos los amaneceres, como puente a más sensaciones; a las noches, como cajones que contienen a los sueños.
Veneramos desde ópticas paganas y lúcidas; o, mezcladas.
También a las cosas, los sonidos, las miradas y los felices encuentros.
Dentro de la vasta gama de veneraciones personales, un regalo de papel.
Se trata de un libro encuadernado en rústico, sobre ‘Gramática de la Lengua Castellana’; de Perlado, Páez & Cía. Madrid, 1911.
El catálogo de reglas de aquella época es un obsequio interesante;  su plus, las pasiones que quedaron como improntas en las hojas: flores disecadas y anotaciones de quien trazó en su libro su nombre: Pedro Ruiz S.

“Flor que perfume no tiene, ave que perdió sus alas…
¡Así son los corazones que laten sin esperanzas!

“Pasó… ¿no queda nada en ti de aquellas castas ilusiones
con que probaste mi alma fatigada?

Hora lejana…

Yo bendigo la hora en que por mi camino
Te enroscaste y me diste tus rosas y tus mieles.
Alabado por todos los siglos el destino que me ungió con la gloria
De tus sabios laureles.
[…]
Yo bendigo el destino y a la hora lejana que te puso en mi senda…”

Fiel veneradora, después de cien años, de esas efusiones, también alabo el radiante destino de los encuentros que se dan con letras.