Si la imaginación llevase nombre, sería el de Henri.
El douanier Rousseau, cuyas banderolas le gustan tanto a mi amigo Mau, quien amablemente me lo presentó; es un célebre pintor francés (1844-1910).
Máximo representante del arte ‘naïf’ [reflejo de una aparente sensibilidad infantil, con matices poéticos, fantásticos y exóticos].
Rousseau, nunca viajó a la jungla, pero sus cuadros más representativos son de escenas selváticas; su inspiración provenía de libros, jardines botánicos y el propio Zoo de París. Henri nació en una torre medieval, intentó estudiar derecho; luego se enroló en el ejército, fungió como agente de aduanas y más tarde, recaudador.
Como pintor declaró que no tuvo otro maestro que la naturaleza.
Con poco más de cuarenta años comenzó a pintar de lleno, siendo reconocido por sus pares, como Matisse, Picasso, Gauguin.
Henri Julien Félix Rousseau, nos legó, fundamentalmente, escenas oníricas intuitivas, coloridas; a ellas podemos entrar sin pedir permiso; con ganas, a veces, de quedarse ahí, sentado entre sus cincuenta tonalidades de verde.