Hoy lo supe. Lo vi, viví y sufrí.
Aquella clásica tienda de patines, juegos de mesa, muñecas de trenzas, osos de felpa y tantas cosas más. Ahí se quedaban rondando mis sueños de infancia, aún con las cortinas abajo.
'Juguetilandia' era su nombre; enclavada en una calle fundamental. En el inmueble, ahora, un negocio de objetos chinos a precios bajos, de mala calidad.
La provincia no se salva de la globalización.
Ya no hay esperanzas de charlar con el dueño del negocio, o su esposa, o uno de sus hijos, explicándole la necesidad de algún producto en especial, lindo, único.
Lo último que pedí fue una caja de música, y me ofrecieron una alemana, hermosa.
Hoy día la oferta está en las grandes tiendas departamentales, frías, uniformes, anodinas.
Nadie se interesa en deseos de clientes,
Las pequeñas tiendas de la esquina llevan el mismo ritmo: Oxxo, Super 10, y tal.
La deshumanización está ahí, también.
Grandes capitales gobiernan lo que un día fue cosa de dos: propietario y cliente, vínculo cercano.
Si cerró 'Juguetilandia' por no poder hacer frente a empresas transnacionales, todo puede pasar.
La niñez queda a expensas de lo que los supermercados ofrezcan. Suelen ser olas de moda, colectivas.
Adiós a la singularidad.