Un día cualquiera, ellas se convocaron detrás de sus ojos.
Tenían tiempo de no salir, deseaban rodar, marcando un camino; o bien, saltar en caída libre.
Fue así que convencieron al corazón, a la memoria, a la misma tristeza y desaliento para que produjeran sensaciones que las dejaran salir en hilos cristalinos.
Y ocurrió: las lágrimas hicieron presencia desde esa última noche hasta la mañana siguiente.
Salieron todas.