No hay convivencia sin tolerancia mutua.
Como en las piezas mecánicas, la tolerancia hace que algo pueda funcionar, a modo de engranaje; un esfuerzo, dentro de cierto rango; el concepto conduce a otro: el respeto.
Difícil pensarlos separados.
Los seres humanos de nuestro tiempo, según expertos, tenemos un déficit de tolerancia
por el alto nivel de estrés.
Vivimos desesperados: que el semáforo encienda la luz verde; oprimir el botón del elevador cuando ya nos indicó que viene; y un sinfín de conductas más.
Vuelvo a Comte-Sponville:
“La felicidad si se la sopesa, no puede consistir en algo raudo,
que haga la visita forzada, con premura y desaliño.
Por el contrario, la felicidad desprende una idea bien peinada, azucarada y lenta.
Buscar la felicidad desesperadamente consiste en no estar a su espera.
De esa manera, el placer, cuando llega, se derrama con milagrosa prodigalidad y no se pondera como una ración más o menos copiosa respecto a lo pedido”.