Los piratas de Stevenson


Los piratas de Stevenson: 
muchachos con el torso decorado
por las agujas de las horas de mar muerto.


Vivir sin el tatuaje, refiere Vicente Verdú, es pertenecer rutinariamente a una moral del pasado: cuerpos benditos o virginales, superficies en blanco, aroma familiar. Cuerpos demasiado ingenuos correspondientes a una época que la especie trata de superar cambiando su inocencia por el pecado de la tinta y el beato vacío por el cover total.
El arte, al inicio, estaba inscrito en cuerpos y materiales. Más tarde los frescos, los mosaicos, los cuadros.
Los marineros de Cook iniciaron la tradición de los hombres de mar tatuados, y extendieron rápidamente esta afición entre el clan, a modo de distracción o evocación, en sus largas travesías.
Los japoneses marcaban con tatuajes a sus convictos para aislarlos socialmente.
En nuestro tiempo, la motivación para decorarse la piel no es para comunicar sus rangos, como lo hacían los espías griegos; tampoco para identificarse con el espíritu del animal que se dibujaba en la piel, como lo creían los egipcios; o, asegurar un entierro cristiano, como lo pretendían los cruzados, al hacerse tatuar efigies en la piel, lo hacen porque… sí.
¿A quién no le seduce la idea? hay un ‘pero’ mientras exista el compromiso de donante hacia los nuestros.

«En el muro quedaron los tatuajes del juego [...]
el código de agobios lo dejo para luego»
(Incitación, Benedetti).