Cajas

Gran parte de lo que fuimos, de lo que somos, y de lo que será cuando ya no seamos, se guarda en una caja.
Nos atraen las cajas porque dentro vienen los zapatos que han de ser estrenados con emoción; los chocolates en sus lustrosos y exclusivos nichos; los lápices de colores; en ellas también viajan las nuevas mascotas.
Las cajas nos gustan porque vacías de lo que un día fue su fundamental leitmotiv, se convierten en otra cosa, en lo que queramos o necesitemos: un arca para guardar cosas, un tapete, una nave estelar.
Siguiendo a Bachelard, los cajones, cofres y armarios sirven para clasificar los momentos vividos. Memoria e inteligencia -reserva insondable de los ensueños de la intimidad- no se abren a cualquiera ni se abren todos los días; lo mismo con un alma que no se confía, la llave no está en la puerta.
Cajas de cerillos para guardar un diente y de regreso, su recompensa. Cajas chinas y de música.
Cajas, cajones, que contienen nuestra vida, y después... a nosotros mismos.