Finales felices

A quién no le vuelve el alma al cuerpo cuando, en una película, la tragedia va diluyéndose, presenciando la entrada triunfante de la felicidad para los protagonistas. Segundos después de que aparezca la leyenda Fin o ‘The End’, se nos quedará anidada la idea de que… fueron felices para siempre; con esa convicción nos incorporaremos del sillón del cine o del de casa, y nuestras vidas continuarán.
Las películas de Hollywood, en su mayoría, tienden a seguir ese ritmo en sus producciones: efluvio del capitalismo, del  ‘american way of life’. Hacernos testigos de la felicidad, que supone la eliminación de la tragedia. Se trata de potencializar una cultura de distracción, de entretenimiento, haciendo sucumbir la reflexión profunda que no es rentable porque implica demasiada contradicción, complejidad.
No obstante, los finales felices en la vida real no funcionan igual al de las películas. En éstas, se decía, quedamos convencidos de que así fueron, que realmente vivieron él y ella felices para siempre, certeza que se prorroga, incluso después de que aparecen en la pantalla los créditos.
Del otro lado de la pantalla, los finales felices no se consiguen tan palmariamente. Por eso la ilusión. Jean Baudrillard, filosofo francés, decía: ‘Existe algo más fuerte que la pasión: la ilusión. Existe algo más fuerte que el sexo o la felicidad: la pasión de la ilusión.’
En una charla de sobremesa de los escritores Rafael Azcona y Manuel Vicent, registrada en unas memorias, el primero decía que cuando quiso protagonizar una gran historia de amor, como de novela, el fracaso fue tal porque ni se moría él, ni ella, naufragando todo de mala manera.
Mientras Vicent refería que el amor nace de una dificultad: cuando surge algún obstáculo en esa base fisiológica, se sublima y se produce una especie de ensoñación sobre ese menester fisiológico (...) Todos los grandes creadores que han escrito sobre el amor son gente que no lo ha conocido. El ejemplo clásico es el de Dante y Beatriz. Dante no consiguió hablar nunca con Beatriz. Si hubiera conseguido hablar con ella, y no digamos si se hubieran casado, se habría acabado todo, incluida La Divina Comedia.
La idea que tenemos respecto a quien sentimos fue ‘el amor de nuestra vida’ se moja en la misma fuente. Suele coincidir que no fue, no se concretó, no se desgastó en los avatares cotidianos, por eso se sublima.
Acá en nuestra tierra ya se lo habían dicho a Josefinita en aquella memorable pirekua: ‘Ah que mundo tan engañoso, todo es un sueño, todo es una ilusión’.
Una ilusión de final feliz para nuestras vidas; una ilusión de que nunca sea muy tarde para algo que deseamos. Puede ser, porque es ilusión, y esa es la argamasa con la que trabaja diariamente el ser humano.
Todo desierto, hasta el de Trona, California, tiene en el fondo su espejismo. Que sea certeza en pantalla, e ilusión fuera de ella, ¡es la vida!.