El suéter


La primera mitad de la vida se escucha de la madre, el padre o los hermanos mayores:
¡Ponte suéter!
¡Llévate suéter!
¡No traes suéter!
¡Dónde está tu suéter!
En la segunda mitad, es uno quien le dice a la hija, hijo o hijos:
¡Ponte suéter!
¡Llévate suéter!
¡No traes suéter!
¡Dónde está tu suéter!
(Suéter puede ser cambiado por chamarra, abrigo, impermeable, depende de la estación, aunque la idea sigue siendo la prenda que cubre, como batiscafo imprescindible para sumirse en las aguas).
Tengo conciencia de que una prenda protege del frío o la humedad; que a través de su uso se puede evitar un resfrío.
Tengo también la percepción (del todo subjetiva) que los seres humanos somos proclives a protegernos de la intemperie, del contacto directo de todo lo que represente una circunstancia no dominada.
Esto va desde un suéter hasta una idea.
El cobijo de las inercias es más común que el gusto por la Coca-Cola.
¿Quién quiere exponerse a no tener razón, a quedarse sin el amable calor de las creencias, de los prejuicios, de los silencios?
¿Quién?