Detalle: el perfume de la magia

Los paraguas. Renoir. 1883.
Lo mejor del conjunto es el detalle, lección que no olvido.
El valor del detalle, que otorga la prueba de realidad, pertenece, tanto a la verdad, como a su simulación; tal como se hace en los buenos relatos literarios, en la creación de la música o, en las obras maestras de la pintura.
Para la observación del detalle, sea como elemento simbólico, como muestra de afecto o, como escrupulosidad al hacer una relación, vendría bien facilitar esa predisposición, sorprenderá el cúmulo de ellos que están en nuestro derredor esperando ser descubiertos, puestos ahí por nuestros seres queridos, por gente desconocida o, por grandes personajes de la historia, literatura, música, pintura, cine, escultura o literatura.
Para ver el detalle no se insta de un complejo proceso lógico, simplemente una atención especial. Pensemos en el caso de la pintura, el ojo, en la perspectiva no alcanza a distinguir el detalle, es menester que la pupila se acerque con interés al cuadro, fijándose asombrada en la minuciosidad y el interés cuidadoso que puso el artista para terminar perfectamente aquello que parecía escondido y que muchos no llegarían quizá a percibir.
Al igual que la pintura, en la vida misma podría buscarse el mismo encanto que deviene de un accidente menor del que succiona la verosimilitud del azar y el perfume de su magia. Ese punto de encantamiento inesperado, como escribe Vicente Verdú, exalta el alma cuando la insignificancia suscita la auténtica significación y cuando la menudencia descuidadamente, provoca la sorprendente escala de lo magnífico.