La lección de Jano

'Jano', Alfonso Ortiz Remacha (Zaragoza, 1969)

Situado en el inexistente límite entre el pasado y el porvenir, Jano ejercía sus dominios sobre los comienzos, pues a él se consagraban la mañana, el día primero del mes, el mes primero del año y del siglo.
Dos caras para vigilar, a la vez, ambos lados de la puerta.
Así pues, al principiar el año la cabeza geminada del dios preside nuestros primeros empeños y nuestros primeros afanes. Como en el emblema de Alciato, su cara más insatisfecha contempla el largo trecho de los meses pretéritos y su cara esperanzadora se esfuerza en vislumbrar, entre las nubes iniciales, la prosperidad de los meses venideros. Para Jano no hay presente; el presente es apenas el fugaz instante que divide lo que se fue de lo que viene.
Lo malo de la dualidad es la incertidumbre, el no saber qué hacer ni a qué fuerzas ceder.  Lo bueno de la dualidad es la posibilidad de construir hacia delante sin despreciar la experiencia de la historia pasada. 
Pretendiendo extraer siempre lo mejor de las cosas que nos rodean, Jano nos ofrece una enseñanza: no cifrar los sueños tan sólo en el presente, pues nada es duradero cuando se apoya en la fragilidad de un minuto que vuela y pasa.
Para soñar hay que tener buen material de ideales con que conformar las nuevas imágenes: el pasado las aporta con su rica carga de ejemplos y sapiencia. Para soñar hay que saber qué es lo que se quiere y adónde se quiere llegar: el futuro sonríe de este modo a quienes ansían arribar a él con una finalidad certera.