¿Lápiz o bolígrafo?

El bolígrafo no cambia de apariencia ni siquiera cuando se encuentra en las últimas. Y deja un cadáver tan curioso que nadie diría que está muerto, si no fuera porque no pinta nada ya.
La gente se resiste a desprenderse de los bolígrafos vacíos porque continúan como nuevos. Sólo se consumen por dentro.
En cambio, nosotros sucumbimos exterior e interiormente, como los lápices.
Al lápiz hay que sacarle punta de vez en cuando, lo que constituye una actividad artesanal que sirve también para la reflexión; agoniza por dentro y por fuera a la vez, y deja un cadáver mínimo, un detrito.
Conviene sacarse punta cada mañana, como al lápiz, pese al espanto de ver cómo se agota uno. Lo complicado de sacarse punta es saber cuánto te tienes que afilar para escribir lo suficientemente claro sin romperte antes de que hayas acabado la historia o la vida. Eso constituye un ejercicio de conciencia saludable.