Espejos

'El espejo', A. Zalce, 1991.
Qué miramos cuando estamos frente a un espejo.
Instintivamente, antes que acomodarnos el cabello, alinear la indumentaria u observar nuestra nariz o labios, buscamos nuestros ojos, hablándonos ellos, antes que cualquier otro elemento que sea nuestro interés observar, de nuestro estado de ánimo; de la intensidad de nuestra felicidad, preocupación, placidez o, tristeza de ese momento.
Quizá por ello sugiere Luis Eduardo Auté: ¡Vámonos, viajemos hacia adentro, vámonos crucemos el espejo, vámonos, a través de los ojos a buscar el tesoro oculto tras el universo.También, sin pretenderlo, muchas veces los espejos nos muestran, aunque no se lo pidamos, el inexorable paso del tiempo, que conduce a la infranqueable muerte. Igual como le ocurrió a Quetzalcóatl, que al verse reflejado en el espejo que le regaló Tezcatlipoca, se asustó al saberse que tenía facciones humanas, por tanto, con destino humano; es decir, histórico, pasajero, mortal; razón que hizo partiera al levante.
El espejo, más allá que una superficie bruñida que nos regresa una imagen; es un objeto que nos define.
Infinitos los veo, elementales/ ejecutores de un antiguo pacto/ multiplicar el mundo como el acto generativo, insomnes y fatales […] el usual y gastado repertorio de cada día incluye el ilusorio orbe profundo que urden los reflejos”. Jorge Luis Borges en “Los espejos”.