Violet Eyes

Hay personas que es difícil imaginar muertas.
Las hemos percibido a través de los años, sintiéndolas no visitantes, sino propietarias, no pasajeras, firmes estaciones.
Elizabeth Taylor, por ejemplo, es una de esas figuras emblemáticas de un tiempo, que aunque pasado, nos vio ser niños o adolescentes, y supimos de algún modo de ella.
En ese status visual conquistado no se percibía un filo de muerte.
La muerte de ella, como de otros personajes públicos que nos resultan cercanos, provoca más que un vacío físico, un espacio en la historia que ya no habrá de llenarse.
Vi hace varios años un par de películas donde actuaba ella, no tengo improntas de su trabajo escénico más allá de los premios alcanzados; lo que perfila mi memoria deriva del mundo de papel: su admirable porte, esos ojos violeta, el glamour omnipresente, su búsqueda incesante del amor, no abatiéndose ante los fracasos, reintentó repetidas veces;  su adhesión a causas sociales, sus luchas internas contra adicciones y debilidades de salud y, que sabía ser amiga de sus amigos.
Elizabeth Taylor. Un ícono en rumbo a otro escenario de estrellas.