Zoo

Ir al zoológico me produce emociones encontradas.
Amo la vida animal; los rasgos; colores; modos de andar. Su fuerza y equilibrio.
Paralelamente, creo que sólo a través de la libertad cada ser se despliega, cumpiendo así su peculiar modo de ir por (y en) su vida.
Ver animales encerrados o atados agravia algo interno; no estoy de acuerdo. Tristísimo verlos dando vueltas en sus jaulas; desesperados; aburridos; mermada su naturaleza en aras de formar parte de la colección.
Sin embargo, ¿cómo los niños y adultos podrían tener ese acercamiento, que implica conocimiento de su entorno, despertándoles respeto y adhesión a la vida, si no fuera a través de los zoológicos?
Mi hija, pequeña, me ha sugerido más de una vez orquestar una fuga masiva, y la sensatez me hace responderle que, además de peligrar los habitantes, expondríamos a muchos animales a la muerte inmediata; serían blanco de balas, morirían algunos porque no saben cazar, y varios motivos más.
El león que ayer vi, entre otros animales, me miró al momento de buscar captarlo con la cámara y me dijo:  "Lo sé todo de ti, te conozco hasta el fondo del alma".
No había sentido esa vergüenza jamás. La impotencia de no poder hacer algo por él, cuando mi convicción es la libertad.
Posturas, palabras... nada.